Y llegó Sorolla…
Y los rayos se vuelven tangibles, y el espacio entre lienzo y realidad se hace añicos porque estamos frente a sus cuadros y hemos de taparnos los ojos con las manos, porque la luz nos ciega, nos hiere… de placer, de comunicación de la pintura con su espectador y dejamos que nos alcance y nos lleve de vuelta a las playas valencianas de principios del siglo XX con Joaquín a nuestra vera. Y permanecemos a su lado y nos extasiamos.
Nuestra mirada se convierte en su mirada, su amor por su tierra nos quema también el corazón. Su mar cálido lame nuestros pies cansados y nos hace hundirnos en la arena, que se aparta para recibirnos, y que ya no queremos abandonar.
Echamos a andar por la playa, con un caminar deliberadamente cansino, para que nuestros ojos se vayan acostumbrando a la claridad y se recreen lúdicamente en las escenas que nos regala el Mediterráneo, la brisa, el calor, las risas… la vida.



Otras mujeres, prestas a la faena, se dirigen, bañándose en dorada luz, hacia los barcos que regresan al ocaso (Pescadoras valencianas, 1915). Caminan erguidas, decididas, fuertes, valientes. Para ellas el mar no es un recreo, es su fuente de alimento. Se lo agradecen. Unos ojos un tanto inquietos se escapan de sus caras morenas para escudriñar el mar. Distinguen el barco en el que faenan los suyos. Sí, están allí, en la proa, preparándose para atracar en la playa. Respiran aliviadas. Gracias mar, por cuidar de ellos, por brindarnos el sustento, por traerlos de vuelta. Y avanzan con sus cestas a por los frutos del mar, llevando en sus brazos otros frutos, los de su vientre, a los que encomendarán también al mar cuando sea el tiempo.
El día va terminando. El sol, cansado, comienza a acomodarse en el regazo acogedor del mar. Sin embargo, la playa sigue bullendo con actividad. Unos niños desnudos nadan en esmeraldas aguas (Nadadores, Jávea, 1905). Escuchamos sus risas. Juegan. Comparten sus andanzas del día, alardean de haber realizado la travesura más grande. Ríen. Se retan. “Yo buceo más profundo”, “Yo nado más rápido”. Y el sol se resiste a marcharse, se convierte en su cómplice, se refleja en sus pieles para compartir sus juegos. Pero se hace tarde, y la luna reclama exigente la omnipresencia de su reinado.
Pero el alba traerá otro día. Y llegará Sorolla. Y se hará la luz.
!Qué maravilloso post! gracias por traernos la luz del Mediterráneo y su vida en los lienzos de Sorolla. Qué hermosura, el mar como fuente de vida y alimento, cómo lugar de recreo y aprendizaje de la vida, ese mar que nos confiere un carácter diferente, beesooos Hele
ResponderEliminar¡Gracias, Hele! Pero todo el mérito es de Sorolla, uno de los grandes maestros de la luz.
EliminarUn abrazo
Hoy he visto por primera vez los cuadros de Sorolla como si de una película futurista se tratase, he sentido respirar a sus personajes, he oído las olas contra la playa, he notado el sol sobre mi piel, gracias por tanta belleza. MCarmen
ResponderEliminar¡Gracias, MCarmen!
EliminarA mí siempre me ha admirado el poder de Sorolla para deleitarnos evocando sensaciones como el olor del mar, el sabor salado en la piel y la acción irreprimible de llevarte la mano a los ojos porque la luz que emana de sus cuadros te ciega.
Un abrazo