miércoles, 27 de enero de 2016

Enero


  En los mensuarios agrícolas que menudean en iglesias románicas y también góticas, el mes de enero suele venir comúnmente representado atendiendo a  la iconografía del dios romano bifronte Jano, dios de las puertas. Se nos presenta ante dos puertas, mirando cada una de sus caras a una de ellas. Una de las puertas cierra el año ya pasado, la otra se abre al venidero. Por tanto, sería símbolo de las decisiones que se han de tomar al comenzar el año.

  Bajo esta iconografía admiramos el enero (GENVARIVS) del mensuario que encontramos en el Panteón Real de San Isidoro de León, panteón descrito como la “Capilla Sixtina” del Románico.

 




   Del mismo modo lo encontramos en las claves del claustro de la Catedral de Pamplona, aunque con la leve diferencia de encontrarnos frente a un hombre joven bicéfalo portador de dos llaves. En cualquier caso la simbología corresponde de igualmente al romano Jano. Tal vez para incidir más en la temporalidad implícita en este mes entre un año que acaba y otro que comienza, el rostro de la cabeza que corresponde al año concluido se adorna con una poblada barba, mientras que la faz de año que se inicia se muestra imberbe.

 



 

    Sin embargo, en la Catedral de San Vicente en Roda de Isábena (Huesca) la representación del primer mes del año se corresponde con un hombre ataviado con capucha que vierte agua de un cántaro. Esta iconografía quizá pudiese estar relacionada con el zodiaco, ya que el signo de Acuario rige desde el día 20 de dicho mes. Y esta interpretación no resulta tan descabellada cuando vemos la imagen del mes siguiente, febrero, asociada a un par de peces, símbolo de Piscis, entroncando así con el paganismo del que nacen estas representaciones personificadas de los meses del año.




 

  Otro ejemplo disidente es la representación de enero en la portada románica de la iglesia parroquial de Beleña de Sorbe (Guadalajara). En ella observamos una escena de la matanza del cerdo, que en otros mensuarios suele ser característica del mes de noviembre.

 



    

jueves, 3 de julio de 2014

Claustro del Monasterio de San Juan de la Peña

San Juan de la Peña es un lugar geográficamente privilegiado y artísticamente fascinante. Sin menospreciar los alardes arquitectónicos de su interior, es cuando emergemos al exterior en su claustro en el momento que se consigue el culmen de nuestro disfrute estético.
Al Románico se le ha llamado "libro pétreo", y es cierto que, gracias a sus capiteles historiados y a sus pinturas murales narrativas, los fieles cristianos podían acercarse a las verdades que el clero les pregonaba desde sus púlpitos y que, en la mayoría de los casos, les resultaban intelectualmente díficiles de comprender. Gracias a ello conocían la Historia Sagrada y se les adoctrinaba en las normas de conducta ética y moral que debían respetar y recordar.
Muchos siglos después nos siguen apasionando estas muestras de arte y el claustro de San Juan de la Peña se erige como uno de los ejemplos más notables, así que ¡disfrutemos de él!.
 







 



Pecado Original y Expulsión del Paraíso
 


Anunciación y Visitación

 

Aviso del ángel a San José

 


La pesca milagrosa



Resurrección de Lázaro


Puedes ver la galería completa en nuestra página de facebook
Claustro del Monasterio de San Juan de la Peña

martes, 4 de marzo de 2014

¿En qué piensas?


“Tiendo a imaginar que la altura es menos grandiosa que la profundidad, que nos sorprende más mirar hacia abajo, desde un precipicio, que mirar hacia arriba.”

Edmund Burke, Investigación filosófica sobre el origen de nuestras ideas de lo sublime y lo bello (1756)


Caspar David Friedrich, Caminante sobre el mar de nubes, 1818



¿En qué piensas? ¿Qué miras? ¿Qué llama tu atención?

¿Es un peñasco? ¿Una nube? ¿O tu propia alma?

      Subes la montaña, metáfora del proceso iniciático.

      El esfuerzo físico que acarrea te es extenuante. Trabas y peligros te salen al paso durante el camino. Durante la ascensión haces frente a toda una pléyade de miedos reales o inventados por tu miedo al fracaso, por tu falta de seguridad en ti mismo. El proceso catártico llega a su clímax al tiempo que coronas la cumbre.

      Vislumbras el mundo a tus pies. Te sientes liberado, purificado, limpio.

      Entonces miras hacia abajo. Y la profundidad te atrae. El abismo te llama. Quizá porque nuestra propia alma se encuentra plena de él. Somos abismo.

¿En qué piensas? ¿Qué miras? ¿Qué llama tu atención?

viernes, 1 de noviembre de 2013

Ven. Acércate. Tú, Átropos, la inexorable



Goya, Átropos o Las Parcas, 1820-23, Museo del Prado, Madrid

Ven. Acércate. Tú, Átropos, la inexorable. Cercena de una vez el hilo que tantas hebras negras acumula ya. Yo mismo te ofrezco las tijeras. Cumple el destino para el que fuiste creada y, de este modo, cumpliré yo con el final de mis días.
Ráptame una noche brumosa, elévame entre nubes. Las nieblas forman ya parte de mi propia alma. Nada temeré. Cloto se ha cansado ya de tejer mis miserias. Láquesis menosprecia la duración de mi devenir. Corta el hilo. Tus tijeras no me asustan. Serán mi recompensa anhelada.
Y volveré cada noche de difuntos. Volveré para escoger vuestras presas. Seré el perro que os acompañe en la caza. Nada escapará a mi ojo agudo. De poco servirá que los miserables humanos se escondan o pretendan burlarnos. Nos reiremos de sus esfuerzos por prolongar unas míseras existencias condenadas a arrastrarse por el fango. Ni sobornos ni amenazas nos detendrán. Vanos esfuerzos. Mírame. Estoy a tu espalda.
Somos lo inevitable. Somos el Destino. Somos las Parcas.