sábado, 8 de enero de 2011

Tributo

   La reivindicación de la figura de la mujer artista y sus creaciones dentro de la Historia del Arte es todavía, por desgracia, una asignatura pendiente. Considerada casi exclusivamente como objeto artístico, ha sido difícil el camino emprendido por aquellas mujeres que decidían convertir al arte en su profesión y pasión. Arrinconadas sus obras como producto de un género menor, o criticadas únicamente bajo el tamiz de las peripecias biográficas de sus creadoras, resulta necesario, aún hoy en día, rescatar dichas obras y juzgarlas de una forma asépticamente artística.
   La aparición de las vanguardias en España a finales de los años veinte y comienzos de los treinta del siglo XX y su convivencia con un sistema político, la Segunda República Española, en quien todos depositaban unos anhelos de cambio y progreso cultural que, sin embargo, no se vieron totalmente cumplidos, representaba a priori una combinación muy adecuada para que las mujeres artistas desarrollaran su profesión en términos de igualdad con respecto a los artistas varones. Así, durante las vanguardias surgidas en España a finales de la década de 1920 y comienzos de la de 1930 la mujer se alzó con un gran protagonismo como creadora, y no ya sólo como objeto artístico. Esto quizá fue el resultado de una serie de condicionantes y circunstancia anteriores que lograron cristalizar sus máximas posibilidades en dicho momento.
  La educación femenina representó un papel fundamental en la posibilidad de que las mujeres lograsen entrar en la esfera de la creación artística. Fue ya durante la Primera República Española, 1873-74, cuando se comprendió que el proceso de modernización que se deseaba para España debía pasar por la creación de mejores oportunidades, tanto sociales, laborales como intelectuales, para las mujeres. Y para ello resultaba fundamental su acceso a la educación. Una figura determinante en este sentido fue Fernando de Castro, quien contribuyó a la fundación de la Escuela de Institutrices en 1869 y a la Asociación para la Enseñanza de la Mujer en 1871. Más tarde llegarían los cursos ofrecidos en Madrid por la Escuela de Comercio para Señoras a partir de 1878 y en Valencia a partir de 1884; los cursos para mujeres archiveras y bibliotecarias; y la aparición en Madrid de la Escuela de Correos y Telégrafos, la Escuela de Idiomas, la Escuela de Cajistas de Imprenta, así como la creación en 1882 de la Escuela Normal Central para mejorar la formación de las maestras. 

Sin embargo, y como apunta Shirley Mangini en su imprescindible libro Las modernas de Madrid. Las grandes intelectuales españolas de la vanguardia, “se seguía invocando a “la perfecta casada”, a la tarea reproductiva de la mujer, y al tamaño inferior del cráneo femenino y su subsecuente deficiente capacidad intelectual. Enfrentado con el conservadurismo y puritanismo católico, el camino hacia la profesionalización de la mujer iba a ser largo y tortuoso. […] el liberalismo de ciertos institucionistas era más teórico que real cuando se trataba de equiparar las posibilidades de hombres y mujeres para acceder a campos pedagógicos, profesionales y políticos, especialmente al de la coeducación. Liberales y reaccionarios se resistían a que ejercieran libremente sus profesiones, sobre todo la abogacía y la medicina, de ahí que la mujer no se realizara plenamente en el espacio público hasta bien entrado el siglo XX.”
Por otro lado, también jugaron un papel determinante las mujeres de la generación anterior, quienes, si bien ellas mismas no lograron superar los prejuicios sociales y familiares, ni su propia identidad de mujer para asumir el papel protagonista de su propio destino y sus aspiraciones artísticas, sí lograron desbrozar el camino para las mujeres que llegarían después. Tal y como resume Susan Kirkpatrick en Mujer, modernismo y vanguardia en España, “Si las mujeres que llegaron a la edad adulta hacia 1898 no formaron parte de los movimientos estéticos de la vanguardia española, podemos buscar la causa de esta ausencia en sus propias metas y autodefinición, así como en el conservadurismo de la vanguardia masculina en relación con el sistema de género. Sin embargo, sus logros contribuyeron a crear una plataforma desde la cual las mujeres de la generación siguiente pudieron desarrollar una identidad como artistas de vanguardia.” Y entre estas pioneras figuran los nombres de Carmen de Burgos, María Lejárraga (que adoptó los seudónimos de Gregorio Martínez Sierra y María Martínez Sierra) y, más tarde, los de Victoria Kent y Clara Campoamor; y cronológicamente antes que ellas también cabe destacar a Concepción Arenal y Emilia Pardo Bazán.
Por desgracia, este campo abonado idílico, no proporcionó los óptimos resultados que se esperaban de él. De hecho, muchas de estas figuras de la siguiente generación, pertenecientes a las vanguardias históricas españolas, quedaron eclipsadas por sus parejas emocionales y competidores profesionales, como es el caso de Manuela Ballester.

O bien renunciaron, supuestamente de forma voluntaria y seguramente influidas por el entorno familiar y social, a sus aspiraciones artísticas en aras de una buena armonía familiar y de las obligaciones del matrimonio y la maternidad. Uno de estos casos sería el de Ángeles Santos.
  
 
Otra forma de anulación de estas mujeres artistas es la falta de reconocimiento de su influencia en la obra de sus compañeros varones, a quienes se atribuye en exclusiva las innovaciones o características definitorias de determinados movimientos o tendencias. Por ejemplo, sólo recientemente ha salido a la luz la decisiva influencia de Maruja Mallo y su pintura de residuos en textos clave de la vanguardia literaria como Yo, inspector de alcantarillas de Ernesto Giménez Caballero y Sobre los ángeles de Rafael Alberti.
Debido a todo ello, en sucesivas entradas realizaré un pequeño homenaje a cada una de estas mujeres artistas, como punta de iceberg de todas las lanzas que se deberían romper a favor del reconocimiento de la creación artística realizada por mujeres.

2 comentarios:

  1. Un gran artículo, es necesario y de justicía rescatar a estas artistas del olvido. Ellas que se atrevieron a dar los primeros pasos para que las mujeres fuesémos poco a poco pudiendónos equiparar a los hombres, lucha que aún hoy perdura. Sigamos luchando por un mundo más justo

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    1. Poco a poco se van visibilizando y poniendo en valor a muchas artistas que han dormido a la sombra de sus compañeros varones. Todavía queda mucho por hacer, pero cada paso es importante.
      Un abrazo, Hele

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